jueves, 9 de marzo de 2017

El traslado del Colegio Militar de Caballería a Valladolid en 1852 (3ª Parte)

Por Fernanda Doyague

5.- LA INSTALACIÓN DE LA ACADEMIA DE CABALLERÍA EN VALLADOLID.

5,2.- Los ofrecimientos de la ciudad

Valladolid podía ofrecer numerosos edificios propiedad del Estado, así como una ciudad que presentaba condiciones favorables y que el ayuntamiento enfatizará: “...porque en ella se encuentran muchos medios de prosperidad para el colegio y de importantes economías para el Estado...” (escrito del ayuntamiento al gobierno a fecha 12 de agosto). Sin duda alude a la existencia de edificios públicos y añade: “La situación de este pueblo, su clima, sus producciones, sus artefactos y talleres, guarnicioneros...”.

Ya  se ha comentado el gran número de artesanos que existían en la ciudad, muchos de los cuales eran de primera necesidad para el desarrollo de las actividades de la academia, como herreros, guarnicioneros etc. Se alude también al proyecto del ferrocarril, todo esto, junto con unas elites culturales y que poseía universidad, daban un perfil muy adecuado como sede de esta institución. Sin olvidar: “sus costumbres nada turbulentas...”; es decir, la noble ciudad de Valladolid se manifiesta como salvaguarda de las buenas costumbres y moralidad. En ella existía una larga tradición religiosa (a pesar de la pérdida de la función religiosa de muchos conventos) lo que era muy apropiado para la institución regida por valores y disciplina  intachables.  Además se señalaban: “las obras importantes de sanidad...” ya se había comenzado la obra del brazo norte del rio Esgueva.

No era tampoco desdeñable el ofrecimiento económico del ayuntamiento para “coadyubar a la  traslación  proyectada”. Sin duda un gran esfuerzo económico si tenemos en cuenta su situación de déficit crónico, lo que refuerza la idea del enorme interés en este traslado.

Es decir, el ayuntamiento dejó muy claro desde el principio de las gestiones esas ventajas económicas, estratégicas, culturales e incluso históricas de Valladolid (no olvidemos que había una larga tradición como antigua capital de Corte) En menos de un mes, las altas instituciones implicadas tienen noticia de esta propuesta ¡La suerte está echada!

Todo el proceso fue rápido, quizá porque, si bien el Ayuntamiento de Valladolid tenía interés en el traslado, también el Ministerio de la Guerra y el Colegio Militar de Caballería estaban interesados.
El mismo Director General de Caballería, Ricardo Shelly, (aprovechando precisamente uno de  sus viajes de inspección), se presenta en Valladolid, donde se le ofrecen algunos edificios. Más adelante, es el subdirector del colegio el que la visitaría y presentaría una interesante sugerencia que será la propuesta que se negociará hasta el final y de la que el alcalde dirá:  “… que el edificio que parecía más adecuado a S.Sª (para el colegio) era el presidio modelo y que debería gestionarse el traslado del presidio al Monasterio del Prado” ( sesión municipal de 5/IX/1851).



El ayuntamiento se plantea entonces nombrar una comisión con facultades para que, cerca del Gobierno, de sus ministros y demás dependencias del Estado, gestione estas dos propuestas:

1.- Trasladar el presidio al Monasterio del Prado.
2.- Utilizar el presidio-modelo (Octógono) para el Colegio Militar de Caballería.

El ayuntamiento, consciente de la utilidad para la ciudad de la presencia del colegio, nombrará ese mismo día la comisión.  Como se ha dicho, el Subdirector del Colegio Militar de Caballería, Juan José del Villar, por orden del Director General de Caballería, había visitado Valladolid para reconocer los edificios más apropiados para ubicar el colegio y realizar un informe detallado.

Tras presentarse a las autoridades civiles y militares se acercó a inspeccionar el Monasterio del Prado que era el edificio propuesto por la ciudad en un principio. Este magnífico edificio mantuvo su función religiosa hasta 1821 en que fue suprimida. El Ayuntamiento de Valladolid siempre estuvo alerta para evitar su ruina por tratarse de un edificio histórico y con gran valor artístico. Pocos meses antes de iniciarse estas gestiones se estaba barajando la idea de instalar en el mismo un Hospital Provincial. El ayuntamiento era  ya usufructuario por concesión del Estado.

Tras inspeccionar este edificio no lo considera adecuado como se manifiesta en el informe que enviará a fecha 17 de septiembre a Shelly. Veamos porqué el Monasterio del Prado, a pesar de ofrecer grandes ventajas, “no era adaptable”.

Las ventajas que ofrecía, según el subdirector eran: su buen estado, su aspecto grandioso, su gran patio, sus celdas aptas para dormitorios, la existencia de una sacristía de uso como capilla del colegio, espacio, “... empero tanta ventaja local queda destruida por dos contras en mi concepto insuperables".
 En contra del edificio:

1.- Su mala salubridad, las humedades del Pisuerga y la llegada de las aguas altas; este problema causaba fiebres tercianas y las posibles soluciones no habían funcionado tal como le manifestaba el único padre jerónimo que quedaba.

2.- Sin duda la distancia era el aspecto más insuperable; el Valladolid de 1851 sólo disponía de un puente, el Puente Mayor, para comunicar las dos orillas del Pisuerga. Hay que esperar hasta 1864  para que se haga realidad el Puente Colgante, lo que significaba que, si el colegio se instalaba en el Prado, la distancia respecto al centro era de más de tres kilómetros y sin buena comunicación; eso dificultaría el transporte de víveres, el movimiento del personal y el contacto con la ciudad; es verdad que en proyecto estaba un puente colgante y que así se lo hacen saber al subdirector, pero “…para esa obra según los mismos del ayuntamiento no hay sino buenos deseos”.

Aquí hubieran acabado las gestiones, si no hubiera sido por la   insistencia y decisión del ayuntamiento: “...aquí habría concluido mi comisión, si el Ayuntamiento y el Sr. Gobernador Civil no me hubieran escitado a ver otros edificios… Si la situación de la ciudad no creyese yo fuese adaptable para una institución como esta”. El subdirector es consciente de la importancia de Valladolid, pues disponía de muchos e importantes edificios como resultado de La Desamortización.

Asi pues, decide  visitar también:

⦁    El ex convento de San Agustín que era cuartel de Infantería.
⦁    El ex convento de San Benito, otro importante edificio deshabilitado en 1822, que pasó a depender del Ministerio de la Guerra y se dedicó a cuartel y su iglesia a fuerte;  la prensa del momento da buena cuenta de la pelea de la ciudad para evitar su abandono.
⦁    El ex convento de San Ignacio,
⦁    El ex convento del Carmen
⦁    El ex convento de San Pablo: edificio exclaustrado en 1841; funcionó como presidio hasta su traslado al Prado y después como cuartel; también en este caso la prensa expresa el clamor de la ciudad para mantener “uno de los monumentos más bellos de Castilla la Vieja”, reclamando que la Real Academia de Bellas Artes tome cartas en el tema.
⦁    El Colegio de San Gregorio...

Alguno de estos edificios se pensaba utilizar para cuartel de Caballería lo que, sin duda, era un complemento para el Colegio Militar de Caballería. Pero parece que ninguno de ellos era el adecuado, pero el ayuntamiento sugiere al subdirector que hay un edificio disponible, que pertenece al Estado y que habiendo sido inspeccionado por una comisión, en la que estaba el visitador, Manuel Montesinos y Molina: “...no le habrá parecido bien cuando ha solicitado de S.M. la inspección de las obras, lo cual ha conseguido por medio de una Real Orden” (informe de Del Villar a Shelly)



Se trataba del edificio de la prisión modelo, el Octógono, cuyas obras se habían iniciado en 1846 en los terrenos conocidos como Campo de la Feria, en el lugar donde un siglo antes estuvo a punto de construirse un cuartel de Caballería.

Esta prisión modelo siempre contó con la oposición de la ciudad; su ubicación constituyó toda una serie de tensiones entre la ciudad y el Gobierno. A pesar de la oposición, la Reina exigió del ayuntamiento la cesión en usufructo del terreno sin condiciones. El ayuntamiento se resistía a hacer la acometida de agua para retrasar todo lo posible su finalización y en 1849 se nombró por Real Orden una comisión de inspección que dictaminaría favorablemente, a pesar de las deficiencias, la terminación del edificio.

Pero una segunda comisión nombrada en 1850, a punto de concluirse las obras, formada por el Gobernador de Valladolid, el Visitador General de Presidios del Reino, Manuel Montesinos y Molina, coronel de Caballería y experto en régimenes de prisiones, y el ingeniero jefe del distrito, que debían reconocerlo y entregarlo al Gobierno, informó en contra, rechazándola, según informe posterior de Montesinos, por: “su mal entendida construcción, su perjudicial situación en el centro de la población, mala distribución interior, la falta de luces y ventilación...” (Montesinos al Director de Corrección. Texto del 4/XI/1851 de la hoja de servicios del coronel, publicada en la Revista de Estudios Penitenciarios -Editada por la Dirección General de Prisiones, nº 159 de octubre/diciembre de 1962, página 512-)

 Montesinos afirma que, en su concepto, el convento del Prado reunía todas las condiciones para establecer un correccional, por su capacidad, solidez, ventilación, aislamiento... Así podía quedar sin destino este edificio, para gran gozo de los ciudadanos que se librarían de tener cerca del centro un tipo de gente potencialmente peligrosa.

Juan José del Villar, propone al Director General de Caballería que solicite este edificio para establecer el colegio: “pues...si diré a V.E. que tiene todas las necesarias para colegio quitándole desde luego la parte de carcelario que tiene y haciendo algunas obras indispensables. (del Villar, 17/IX/1851)

En el informe se extiende en la descripción del Octógono, de 160 pies de lado, salas de 22 pies de anchura, patio central, 8 patios trapezoidales, piso principal y bajo. Del Villar lo deja todo atado porque: “Respecto de las aguas ya he hablado con el Ayuntamiento sobre el particular…el terreno que he pedido ha sido un cuadrado de 160 pies de lado sobre la fachada de la espalda, en cuyo espacio hay localidad para construir un picadero de 160 por 80 pies”.



En efecto, tenía un aspecto carcelario que venía dado: “tanto por la ausencia de ornato como porque de las 8 fachadas, 7 están sin hueco a la calle” (decía Madoz en 1849). La fachada principal con 18 huecos era una  fachada de orden dórico y garitas a ambos lados también octogonales. La propuesta del ayuntamiento es la de trasladar el presidio al  Convento de los Jerónimos del Prado, una vez adaptado a prisión...y destinar el Octógono para acoger el Colegio de Caballería.

Esta ubicación del Octógono, era perfecta como el mismo subdirector comunica en su escrito: por su situación frente al Campo Grande, y “del paseo inmediato al Arco de Santiago…en fin es un edificio del Estado y en el se puede gastar sin temor de ser desalojados...” (informe de del Villar del 17/IX/1851)

El ayuntamiento en ese apoyo decidido al proyecto y "aliviado de quitarse de encima un vecino tan incómodo", ofrece al subdirector espacio para el picadero y ayuda económica para el traslado.
El informe que realiza el teniente coronel del Villar es completo, racional, analítico, propio de una mente militar porque expone exhaustivamente las ventajas e inconvenientes de los edificios y sus posibles soluciones. Este informe fue muy decisivo para el traslado del colegio a nuestra ciudad.
El paso siguiente era informar al Ministro de la Guerra, Francisco Lerchundi, por parte del Director General de Caballería sobre estas propuestas.

Shelly no sólo adjunta el informe de Juan José del Villar sino que añade: “...dicho edificio del Presidio sería un excelente local para el establecimiento del Colegio...ofreciéndoles yo por mi parte coadyubar a su pensamiento siempre y cuando ellos por la suya hagan algún esfuerzo...” (Informe del Director General de Caballería al Ministro de la Guerra del 21/X/1851) Aludiendo al ofrecimiento del ayuntamiento en los gastos del traslado y en la contrucción del picadero, insiste en las precarias condiciones del edificio de Alcalá: “...por hallarse en ruinas, no ser propiedad del Estado y por consiguiente no poder gastar en él sumas de consideración” (Shelly)