lunes, 24 de noviembre de 2014

II-A LAS RESPONSABILIDADES DEL DESASTRE DE ANNUAL

Por Juan María Silvela Milans del Bosch


 
LOS HECHOS INCIALES
Por si acaso el lector no tiene conocimiento o hace tiempo que no ha leído las vicisitudes que provocaron el llamado “Desastre de Annual”, ante de analizar las responsabilidades de las instituciones y de las personalidades que intervinieron, he querido intercalar un sucinto relato de los hechos anteriores al asalto y destrucción de la posición de Igueriben por los rifeños y posterior retirada desde Annual hasta Monte Arruit y Zeluán de las fuerzas de la Comandancia General de Melilla. 

El 25 de enero de 1919, el general Berenguer fue nombrado alto comisario en sustitución del general Gómez Jordana, fallecido en su propio despacho, cuando informaba al ministro de la mala situación en el Protectorado. A los pocos meses de hacerse cargo de la Alta Comisaría, se produjo el fracaso de Kudia Rauda en el límite de la cábila de Wad Ras, en las proximidades de Tetuán. Tal hecho desgraciado hizo caer al gobierno de Romanones y serían destituidos el Comandante General de Ceuta, el general Arráiz de Conderena, y el coronel que dirigió la operación, Rodriguez del Barrio. Sin consultar con el alto comisario y para acallar las protestas, el nuevo gobierno (Sánchez de Toca, jefe del gobierno, con el marqués de Lema en el ministerio de estado  y el general Tovar en guerra) nombró comandante general de Ceuta al general Silvestre el 22 de julio de 1919, que había adquirido mucha fama con su intervención desde Larache contra el Raisuni. Por tanto, no es correcto suponer un acuerdo anterior entre Berenguer y este último de cómo intervenir en Marruecos.  Además, según el decreto de ascenso a generales de división de ambos, efectuado en el mismo día (5/VII/1918), Silvestre resultaba colocado en el escalafón un puesto más antiguo, ya que había ascendido a general de brigada el 19/VI/1913 y Berenguer el 10/VII/13; situación delicada, pero que el alto comisario nunca reconoció tuviera importancia ni que le afectara. 



Con todo, a principios de 1920, el general Villalba, ministro de la guerra, solicitó de Berenguer que propusiera un general para hacerse cargo de la Comandancia General de Melilla. Su titular Aizpuru, estaba próximo a ascender a teniente general, desempeñaba el cargo desde mediados de 1915) y habría que nombrar un sustituto. El alto comisario, por carta del 14 de enero, propuso a su compañero de promoción. Seis días después, igualmente por carta, el ministro lo aceptaba y, por Real Decreto del 30 de enero (DO. 24), Silvestre era nombrado Comandante General de Melilla. 

Según afirma Ruiz Albéniz en España en el Rif, el propósito del alto comisario era que el citado general ejecutara un plan de ocupación de la zona oriental del norte de Marruecos asignada a España como protectorado. El coronel Gómez Jordana lo había elaborado para su padre (el general del mismo nombre), pero, evidentemente, ni éste ni Aizpuru lo habían podido llevar a cabo. La nota oficiosa del ministro, aparecida en la prensa con motivo de la visita de Berenguer a Melilla el 22 de febrero de 1919, parece certificarlo al destacar los resultados beneficiosos” que se esperaban de tal nombramiento. 



El avance de las tropas españolas estaba detenido al este de la confluencia de los ríos Gan y Kert desde 1912 por la rebeldía de los Beni Said. Por tanto, es lógico deducir que Silvestre había sido nombrado comandante militar de Melilla para rebasar la línea del rio Kert, ocupar la cábila de Beni Said, que desde su monte Mauro amenazaba la ciudad, e incluso llegar a la bahía de Alhucemas. 

El primer plan, previsto por Berenguer y encargado a Silvestre, por carta del 5 de marzo, consistía en rodear la citada cábila, avanzando por terrenos de la cábila de M´talza hasta alcanzar la de Tafersit. Una vez ocupada esta y la población del mismo nombre, continuaría la progresión en dirección norte para dominar la de Beni Ulixech, lo que permitiría cumplir el objetivo previsto: dejar a Beni Said cercada. Si se conseguía la sumisión de ésta última, operación que se llevó a cabo con rotundo éxito a finales de 1920, se planificaría en el 21 una nueva maniobra: el aislamiento de la cábila de Beni Urriaguel. Era la más fuerte y aguerrida de la zona oriental del protectorado, pues disponía de más de 6.000 guerreros. Para ello, habría que dominar las de Beni Tuzin y Tensaman y, además, contar con la sumisión de los Bocoya, al otro lado de la Bahía de Alhucemas. Desechado el desembarco planificado por Gómez Jordana, habría que estudiar dos ejes de avance: por el interior a través de Beni Tuzin o por la costa, desde Tensaman, para rebasar el contrafuerte del Cabo Quilates.

La forma de efectuar los avances era con predominio de la acción política sobre la militar. Se entraba en negociaciones con los notables de las fracciones de las cábilas y mediante la concesión de pensiones, ayudas y promesas de prestación de servicios, se lograba que permitieran formar una mía (compañía) de la Policía Indígena con hombres de la propia cábila. Los destinos de los mandos de esta pequeña unidad se cubrían con oficiales españoles. La misión de la mía era crear la infraestructura necesaria que permitiera establecer un sistema de administración en nombre del Majzen: gobierno jalifiano o del representante del sultán en la zona española de protectorado; además, canalizaría las ayudas. De esta forma, comenzaba a ser efectiva la autoridad del gobierno español en nombre de Muley el Mehdi.



Con la mía organizada, se iniciaba el avance, apoyado por harcas aliadas. Según se progresaba en el territorio, se establecían posiciones en determinadas zonas dominantes del terreno. Éstas eran ocupadas después, si su situación se consideraba peligrosa, por fuerzas de la Policía Indígena y un mínimo de soldados españoles para realizar determinados cometidos (sirvientes de las piezas de artillería, manejar el heliógrafo y otros servicios). Las restantes posiciones eran defendidas por unidades de los regimientos de Infantería, que podían tener de guarnición desde una sección hasta varias compañías, y Policía Indígena. Así quedaba la zona protegida de fracciones de la cábila aún no sometidas u otras cábilas. Para mayor seguridad, se enlazaban estas posiciones con columnas móviles, constituidas por las Fuerzas Regulares y unidades de los regimientos de Infantería. La decisión del terreno o aduar a ocupar era responsabilidad del ministro de estado, a través del alto comisario. En las zonas así determinadas, se establecía una oficina de asuntos indígenas, de la que dependían las mías, integrada con las demás en una jefatura por cada comandancia general. Para poder organizar las citadas harcas auxiliares, era necesario dejar a las cábilas de retaguardia armadas con el fusil Remington.

El alto comisario había dado instrucciones al general Silvestre para que la maniobra contra Beni Said se ejecutara rápida e incruentamente, de tal manera, que se evitase la lucha entre las cábilas o fracciones de las mismas, según se fueran ocupando (M´talza, Tafersit, Ulixech). El plan de maniobra sobre el avance de las columnas lo tenía que exponer el comandante militar ante el ministro de la guerra por depender del mismo. El desconocimiento de esta mecánica, que suponía una doble dependencia, provocaría que se interpretase mal el viaje de Silvestre a Madrid el 11 de marzo de 1920 para obtener la aprobación de la maniobra en su parte militar. Con frecuencia se ha aprovechado para fundamentar la acusación de que se saltaba la autoridad del alto comisario.



El 2 de abril, Silvestre llegaba a Melilla con el plan aprobado. La primera acción se inició a comienzos de mayo. Se ocupó enseguida la cábila de M´talza y sin contratiempos, alcanzándose Tamasusit, Arreyen y Haf, con lo que se cerró el valle del Kelatcha. El 15 de mayo ya se habían ocupado Uestia, Dar Drius y Tamasusit norte. 

Por telégrafo, Berenguer felicitó a Silvestre por el gallardo avance hacia Dar Drius y ocupación de todos los objetivos señalados, así como por el ordenado y metódico repliegue que realizaron (las columnas móviles en cuanto se ocuparon las posiciones) una vez dada cima a la misión que a todos se les había encomendado” (9). Cinco días después, el alto comisario visitó la zona y se mostró satisfecho de cómo se había cumplido el plan. En junio se ocuparon Chaif y Ababda, Ainker y Carra Midar.

El 12 de julio fue el ministro de la guerra, vizconde Eza, quien visitó el territorio de la Comandancia General de Melilla. Los avances continuaron (10) y, una vez que en octubre se obtuvo permiso del Gobierno para avanzar, se logró dominar completamente el terreno de estas cábilas con escasa bajas y se realizaron los preparativos para ocupar Beni Said, que hubo de retrasarse por la llegada de las lluvias de otoño, que en ese año fueron abundantes.



Por fin, del 5 al 11 de diciembre, se ejecutaron los movimientos que permitieron alcanzar Monte Mauro, el reducto de los Beni Said, que meses atrás parecía inexpugnable y, además, sin disparar un tiro. El 10 de enero de 1921, Silvestre recibió una carta del alto comisario de felicitación; le decía: “por telégrafo y repetidas veces te di la enhorabuena y hoy me complazco en confirmártela por carta. No se puede hacer más ni mejor que lo has hecho; puedes estar satisfecho”.

Animado por tan excelentes resultados, Berenguer le pidió al comandante general de Melilla en la misma carta que concretase el plan para cruzar el Nekor y ocupar la bahía de Alhucemas por tierra. Informaría de esto al ministro de estado. El alto comisario consideraba “muy probable la llegada a él (Peñón de Alhucemas) sin grandes dificultades y tendríamos ya ocupado este punto, que de tanta resonancia es para la opinión pública española”. Es, por tanto, a Berenguer el que se le notan las ambiciones políticas y no, desde luego, a Silvestre, que nunca las tuvo. Asustado el alto comisario por su propuesta, al final de la carta, insistía en la idea, pero con más precaución y le preguntaba si “el mantenimiento de Alhucemas unido a Melilla por tierra es cosa que está dentro de los medios de fuerzas que posees”, porque le había reconocido, líneas atrás, que con la maniobra se llegaría “quizás hasta la misma elasticidad de tus fuerzas, que era la única dificultad que encontraba por la imposibilidad que nos refuercen”. No era muy sincero el alto comisario, pues aseguraba por entonces en la prensa no necesitar 12.000 hombres que se le habían ofrecido (11). De esta forma, seguía las directrices del marqués de Lema. Actuar de esta forma, tanto al ministro como a Berenguer, les aseguraba desde luego “políticamente en Madrid” (12). Silvestre disponía entonces de unos 25.000 hombres; al general Berenguer le parecían suficientes para la ocupación de toda la zona oriental del protectorado.
Notas:
9.- Galbán Jiménez, Manuel: España en África. Imprenta del Servicio Geográfico del Ejército. Madrid, 1965. Todos los párrafos entrecomillados de cartas, informes y telegramas utilizados y referentes a Silvestre, Berenguer, Gómez Jordana y ministros del estado y guerra no tendrán a partir de ahora nota ampliatoria para no cansar al lector y por haber sido publicados en el libro citado.
10.- Azrú y Hamuda el 5 de agosto, dos días después Tafersit y Azib de Midar del 10 al 12 del mismo mes.
11.- Almunia, Celso: El Desastre de Annual (1921) y su proyección sobre la opinión pública española. Investigaciones Históricas. Universidad de Valladolid, 1988.
12.- Acusación poco fundamentada contra Silvestre de Cardona, Gabriel: El poder militar en la España Contemporánea hasta la Guerra Civil. Edita Siglo XXI. Madrid, 1983 (página. 75).



domingo, 2 de noviembre de 2014

Nuestra Asociación

Sirva esta entrada en el blog para dar a conocer nuestra Asociación de Amigos de la Academia de Caballería, que tiene como fin -tal y como señalan nuestros estatutos- contribuir a la difusión y conocimiento de las tradiciones de la Academia de Caballería y, por extensión, del Arma de Caballería, sus medios, métodos y procedimientos de actuación.



La manera para lograrlo, en la medida de nuestras posibilidades, pasa por plantear todas aquellas actividades conducentes a la promoción de actos conmemorativos, exposiciones, jornadas y demás actos de fomento y difusión de la Academia y del Arma de Caballería.



Nuestra junta directiva está formada por un presidente, un vicepresidente, un secretario y un tesorero, y entre sus vocales, de forma permanente, se encuentra el Coronel Director de la Academia de Caballería.



Si sientes que en ti vive el espíritu jinete, estás dispuesto a compartir las finalidades de nuestra Asociación y a colaborar en su consecución, anímate y hazte socio. Puedes solicitarlo contactando con nuestra secretaría en este correo electrónico asociacionamigosacademia@gmail.com

sábado, 1 de noviembre de 2014

LAS RESPONSABILIDADES DEL DESASTRE DE ANNUAL (I - JULIO)

Por Juan María Silvela Miláns del Bosch


INTRODUCCIÓN: UN HUESO PARA UN PERRO



Desde la guerra Franco-Prusiana hasta la I Guerra Mundial, Europa gozó de una época de paz, apenas rota por conflictos de escasa entidad. El desarrollo de la industria pesada, el considerable aumento de la población y la pérdida de influencia en América provocó, a partir de la década de los ochenta, que las exploraciones efectuadas en África, Asia y Oceanía por las naciones europeas con más posibilidades fueran convirtiéndose en ocupaciones permanentes. Se determinaron así extensas zonas de interés que procuraron organizar en colonias. Es la época llamada del gran imperialismo. Las naciones más beneficiadas fueron Inglaterra, Francia y Rusia. Llegaron tarde al reparto Italia y Alemania.

Los conflictos, que inevitablemente se produjeron al solaparse las áreas de influencia, se fueron solventando normalmente con negociaciones, compensaciones y alianzas, pero no faltó algún choque bélico, como, por ejemplo, en el cruce de los dos ejes de interés colonial más importantes: norte-sur, inglés, y este-oeste, francés.

Cánovas, que en su juventud fijaba el límite de España en la cordillera del Atlas, una vez en el poder, se olvidó de la cuestión marroquí, preocupado por los problemas internos de la restauración. Sin embargo, era un asunto que, a partir de la Conferencia de Berlín (1885), se haría internacional e insoslayable por la falta de autoridad del Sultán (Abd el Aziz, derrocado por Muley Hafid en 1907, que posteriormente abdicaría en  su hermano Muley Yussuf en 1911). Francia, rival de Inglaterra y derrotada por ésta en Fachoda (1898), donde Marchand hubo de retirarse ante Kichener, buscó su compensación en la zona noroccidental de África. Resuelta a afianzarse en ella, intentó en 1902 interesar a España, ofreciendo Fez y Taza en el norte y Agadir en el sur. Pero Francisco Silvela, presidente del gobierno, no aceptó el pretendido tratado secreto por temor a Inglaterra. Dos años después, Francia e Inglaterra llegaron a un acuerdo (entente cordiale), lo que provocó que el nuevo ofrecimiento a España fuera mucho menos generoso. Es entonces cuando intervino Alemania e, incluso, Estados Unidos. 



Los nuevos intereses se intentaron acomodar en la Conferencia de Algeciras (1906). En ella, España dejó sola a Alemania frente a Inglaterra y Francia, cuando aquélla estaba dispuesta a ayudarnos. Como consecuencia, en cuanto se firmó el Acta de Algeciras (1909), Alemania buscaría un entendimiento con Francia, acuerdo que se logró el 4 de noviembre de 1911.  Los teutones, dejarían  a los galos las manos libres en el norte de África a cambio de determinadas concesiones en el centro del continente. Canalejas, presidente del gobierno, tuvo que apresurarse, en ese mismo año, a ocupar Larache y Alcazalquivir en respuesta a la ocupación de Fez por Francia, adelantándose a las intenciones de ésta última en unas horas. Indefectiblemente, España y Francia no tuvieron más remedio que llegar a un acuerdo, que se alcanzó el 27 de noviembre de 1912. Nuestra nación, que en cada etapa fue perdiendo posibilidades, sólo obtuvo, en última instancia, una pequeña zona de terreno al norte de Marruecos; apenas un 5% del francés (21.000 km2 y 400.000 habitantes de los 415.000 km2 y 4 millones de habitantes del total). Y gracias a Inglaterra, que no quería tener a Francia sobre el Estrecho. Era el famoso hueso para un perro al que costaría hincarle el diente para cumplir el mandato internacional de protectorado; se respetaba sólo la autoridad nominal del Sultán, que permanecería en la zona asignada a Francia, pero con un jalifa representante de aquél en la zona asignada a España. Sería nombrado el inoperante Muley el Mehdi, con residencia en Tetuán. Todo ello fue el resultado de la falta de confianza de España en sí misma (no se olvide que estaba reciente el 98 y se encontraba en plena época regeneracionista) y de un respeto supersticioso hacia las grandes potencias (1). Un país arruinado, presionado por la actitud irracional de una izquierda radicalizada, se enfrentaba a un problema que podía rebasar sus capacidades, sin ni siquiera tener un criterio unánime de cómo abordarlo.
Según el general Alonso Baquer (2), España tenía tres posibilidades, que en diversos momentos tuvieron sus partidarios y fueron propuestas:
·        Reducción del territorio ocupado a una porción mínima y costera, desde donde irradiar la labor protectora y pacificadora.
·        Abandono total del Protectorado a cambio de otras compensaciones territoriales como Gibraltar.
·        Ocupación completa; única forma de lograr la paz y realizar la protección. (La penetración podía ejecutarse con predominio de las acciones civiles y pacíficas sobre el uso de la fuerza o al contrario).




La segunda opción era claramente utópica y difícilmente se podría conseguir una compensación. De ella fueron partidarios Primo de Rivera (que incluso llegó a decir que se podía cambiar Gibraltar por Ceuta desde el Gobierno Militar de Cádiz, declaración que le costó su cese inmediato) e Indalecio Prieto como figuras más significativas. Las que más partidarios tuvieron fueron la primera (Maura y Cambó) y la tercera (Romanones y Berenguer). Al fin, se adoptó la última, pero sin llegar a una aceptación unánime, lo que provocó que su ejecución se hiciera tímidamente y con preponderancia de las políticas de atracción y aculturación sobre la ocupación militar. La consecuencia fue que los gobiernos sucesivos tuvieron casi constantemente atadas las manos aquel Ejército al que, sin embargo, reclamaban victorias (3). Se adoptó esta política, claramente, desde el gobierno Romanones del 19, con Berenguer como alto comisario y con la categoría de ministro (en función de su condición de político conocedor del país) y culminó con Burguete (según el general Alonso Baquer máximo representante del punto de vista civil en la acción de protectorado de un militar) y Luis Silvela, altos comisarios en el año 23. Este intento de penetración pacífica y cautelosa fue el gran error, el verdadero causante del fracaso junto con la escasez de medios de que dispuso el Ejército para acompañar la acción política. Era una zona inhóspita, que ni siquiera en tiempos de Roma o de gran expansión islámica, había sentido el peso de una administración (4), dividida en múltiples cábilas (tribus) enfrentadas entre sí, compuestas por un pueblo practicante de una religión simple, que predicaba la guerra santa, organizado tribalmente y todavía medio nómada.



¿Por qué España aceptó el Protectorado? ¿Pudo haber adoptado otra solución? Es injusto atribuir presión para conseguir una militarización progresiva a la oficialidad ociosa o a los mandos en su afán de gloria y recompensas (5). Sobre esta cuestión hay que tener en cuenta, antes de hacer afirmaciones apresuradas, que los jefes de más prestigio no sostuvieron los mismos criterios e, incluso, algunos llegaron a aplicar sistemas no propugnados por ellos con anterioridad. Por otra parte, las recompensas y los ascensos por méritos estaban suspendidos en aquellos años, entre otros motivos por la presión de las juntas informativas de defensa organizadas por el desafortunado coronel Benito Márquez Martínez en el verano de 1917, que impuso el “turnismo” en los servicios, fueran o no de campaña o cuartel, de efectos enormemente perniciosos. Hubo efectivamente “escalada militar” a partir de 1912, pero no por influencia de un pretorianismo pujante, sino como consecuencia de las características geográficas y la configuración política y social de la población que hacía imposible otro tipo de penetración. Tampoco es muy acertado conceder a los poderes ocultos, que formaban la oligarquía financiera o dominaban los grandes centros comerciales, una influencia decisiva en la aceptación del protectorado (según afirmaba Tuñón de Lara). Los africanistas se quejaron con frecuencia de la falta de interés de las cámaras de comercio y de las sociedades económicas por desarrollar el intercambio y la inversión en el Rif y la Yebala. 

Además, durante los años en que se decantó España por la intervención, la balanza comercial hispano-marroquí arrastraba un déficit crónico, que tuvo una cierta reanimación mientras se desarrollaba la I Guerra Mundial, pero que no justifica la formación de ningún grupo de presión de la clase mercantil (6) con capacidad para imponer su criterio. Cuando la oligarquía financiera pone tantos obstáculos en las inversiones africanas ¿Cómo vamos a dar al país la sensación de que nuestra política civilizadora en la Zona de influencia va a realizarse? Es un ejemplo de queja, clarificadora de la cuestión, procedente del diario de sesiones del Congreso durante la legislatura de 1914. Sólo la minería y los ferrocarriles atrajeron al capital español. Se extrajo fundamentalmente hierro en Uixan; por cierto, de excelente calidad, que llegó a hacer competencia al sueco, y también plomo en Afra, que se agotó rápidamente, en 1924; las dos minas en el territorio de la cábila Beni bu Ifrur. Morales Lezcano logra citar 23 empresas con intereses en Marruecos; no parece suficiente para justificar acciones decisivas de los poderes ocultos para la intervención y ni mucho menos que fueran partidarios del predominio de la acción militar, de la guerra total, sino más bien de la guerra chica,  denostada por el general Goded.



De los tres posibles argumentos para la intervención, la presión internacional, el interés comercial (o por el beneficio inversor) y la conveniencia militar, el único decisivo fue el primero. La empresa de Marruecos, si tenemos en cuenta los condicionamientos políticos internacionales y estratégicos de entonces, era insoslayable. Abandonar la zona y renunciar al Protectorado hubiera constituido una tácita declaración de impotencia para conservar Ceuta y Melilla y, después, Baleares y Canarias; además, significaba una renuncia expresa a toda posibilidad de ser y obtener algo en el concierto internacional. Francia e Inglaterra habían amenazado que si no lo hacía España lo harían ellas y el partido colonial francés nunca dejó de presionar para que España abandonara el Protectorado. La presión exterior fue casi imposible de resistir y por ello se inclinó la balanza a favor de los partidarios de la intervención total, pero civil y pacífica. Es, además, el argumento que utilizan con más frecuencia los políticos de la época y no hay razones para dudar de su sinceridad y suponer unos intereses bastardos y ocultos detrás de frases como España no puede ausentarse del Estrecho, so pena de condenarse a un aislamiento, que en los pueblos, como en los individuos, es preludio de suicidio (7) y la más romántica y propia de nuestras constantes históricas como España necesita un ideal y este debe ser Marruecos (8). Otra cosa es que no se abordara correctamente y se exigiera al Ejército cumplir unas misiones atado de pies y manos y sin los medios adecuados, que le colocaron al borde del abismo; un pequeño empujón bastó para precipitarle al vacío.

Notas:
1.- Escudero JM.: Historia Política de las dos Españas (tomo II). Edita Editora Nacional. Madrid 1975.
2.- Alonso Baquer, Miguel y otros: Fuerzas Armadas Españolas. El problema de Marruecos (Pag,s 227 a 252, cap. 22, tomo V). Edita Alambra. Madrid, 1985.
3.- Obra citada en nota 1.
4.- Obra citada en nota 2
5.- Morales Lezcano, Víctor: El Colonialismo Hispanofrancés en Marruecos 1898-1927. Edita S. XXI. Madrid 1976.
6.- Obra citada en nota 1.
7.- Informe del Ministro de la Guerra, Vizconde de Eza, después de su visita a Marruecos en el verano de 1920. Publicado como apéndice documental en Historia de las Campañas de Marruecos (Tomo 3º). Edita Servicio Histórico Militar. Madrid 1981.
8.- Obra citada en nota 2.