martes, 10 de febrero de 2015

Imágenes para el recuerdo.- Visita del Director General de Enseñanza (años 40)

Nuestra asociación se ha propuesto rescatar del olvido una serie de documentos referentes a la vida militar, especialmente de nuestra academia, para lo que varios socios van a dedicar su tiempo y conocimiento a tal fin.

Sobre la base documental disponible en este centro, especialmente en su museo y biblioteca, se presentarán, con carácter mensual, diversos fondos documentales que nos acercarán a la historia y vicisitudes de la Academia de Caballería.

En esta primera entrega, se presenta una serie de fotos de la visita del Director General de Enseñanza, general de División Martín Alonso, a la Academia de Caballería, y que suponemos corresponden a los años 40.

Nos gustaría que nuestros visitantes a la página pudieran aportar datos que ayudaran a realizar una más precisa identificación. 



miércoles, 4 de febrero de 2015

IV-Las responsabilidades colectivas del 'Desastre de Annual'

Por Juan María Silvela Miláns del Bosch

La figura de Abd-el-Krim



Antes de continuar, conviene detenerse en hacer una ligera referencia a la figura de Abd el Krim. David S. Woolman en su obra: “Abd el- Krim y la guerra del Rif” (Edita oikos-tau. Barcelona, 1988) realiza un buen estudio de su figura, pero exagera cuando lo considera como el primer  promotor de los movimientos liberalizadores y emancipadores de las colonias africanas. En primer lugar, Marruecos no era una colonia, sino un protectorado, que no es lo mismo. Woolman lo describe como un gran reformador y líder militar. En realidad, quien dirigió su “ejército” fue su hermano y la administración organizada por él era muy primitiva y deficiente y no basada en una ideología moderna. Por lo menos, suprimió el sistemas de multas, haqq; las sustituyó por una policía secreta y rigurosa con cárceles terribles, que ejerció una cruel represión.



 Un tratamiento más ponderado es el de C.R. Pennell en “Éxito y fracaso de Abd el-Krim” (Revista Historia 16, núm.126), que señala su incapacidad para unir las cábilas del norte de Marruecos con una efectiva cohesión y que, por tanto, su liderazgo no fue total. Desde luego, tuvo la oposición las hermandades religiosas, “taricas”, especialmente una de las más poderosas, la “Darkauiya” de la  cábila Beni Zarual de la zona francesa; no estaban conformes con su reformismo musulmán, que había penetrado en Marruecos desde Egipto.

El jefe rifeño había trabajado en Melilla en la Oficina de Asuntos Indígenas con el coronel Riquelme desde 1908. Posteriormente, fue nombrado kadi koda; es decir, jefe del tribunal judicial de apelación de los indígenas. Además, era profesor de chelja, el dialecto hablado en la zona, en la escuela de instrucción primaria para sus compatriotas. A Silvestre le daría un sobresaliente en el curso que éste hizo, que incluso lo terminó con el número uno. También era  redactor de árabe en el periódico “El Telegrama del Rif” y hablaba español perfectamente. Por supuesto, conocía con detalle los problemas políticos de España y las dificultades de nuestra democracia.



Al inicio de la I Guerra Mundial, el desafortunado capitán de la oficina indígena de Alhucemas, Vicente Sist, le entrevistó y luego dio parte de él por una supuesta colaboración con Alemania por lo que fue encarcelado en Rostrogordo. Vista la causa, el juez, coronel López Sanz, sobreseyó el proceso. A pesar de ello, siguió preso, seguramente por orden del gobierno que no quería tener problemas con Francia. De Rostrogordo intentó escapar descolgándose por una ventana, de la que cayó. Al fracturarse una pierna fue detenido de nuevo; no bien curado, quedaría con una cojera perenne.

A finales de 1916 sería rehabilitado, él y su padre, que, en Axdir, recuperaría la pensión que recibía de la Comandancia Militar de Alhucemas; Abd el Krim volvería a la oficina de asuntos indígenas, en la que permaneció todo el año siguiente. En 1918 se fue a Axdir, su pueblo, cuando corrió la voz en Melilla de que Abd el Malek, el rebelde que había causado tanto daño a los franceses durante la Gran Guerra, había sido fusilado. De nuevo en Melilla, fue testigo de la entrega a Francia de 70 ascaris de Abd el Malek, lo que le indujo en la primavera de 1919 a marcharse de nuevo a Axdir con la disculpa de que se iba a casar.  Pasados cuatro o cinco meses, hizo venir a su hermano, que estudiaba ingeniería de minas en Madrid y se alojaba en la residencia de estudiantes del Instituto Libre de Enseñanza. Es de suponer, que, por entonces, ya tendría en marcha su proyecto de enfrentarse decididamente a la ocupación del Rif central.

De esta forma, el gobierno de España y su ministro de estado, por su temor a Francia, habían creado un enemigo mucho peor que el Raisuni, que a fin y al cabo no era más que un “señor de la guerra”, aunque culto y poeta, pero muy cruel, del siglo XIX. 



Por otra parte, Abd el Krim jamás dejaría entrar en su cábila. No podría permitir que se descubriera la estafa de las denuncias por minas de oro y plata inexistentes. Había facilitado e impulsado la formalización de estas denuncias ante el tribunal arbitral de París, por las que cobró las correspondientes comisiones, dinero que le permitiría hacerse con la jefatura de su cábila y la formación de su ejército. Lo detallaremos más adelante, en el apartado de las “responsabilidades de los inversores”.

A partir de 1920, comenzó su huida hacia delante y a promocionar su República del Rif; más tarde, cuando atacó a los franceses en su zona, operación, que en realidad, no quería llevar a cabo, pero a la que fue empujado por su hermano y sus jefes, incluso llegó a reclamar el sultanato de Marruecos.



 El bien intencionado coronel Morales, jefe de la oficina indígena de Melilla, que era amigo suyo, nunca llegó a comprender la evolución del personaje y siempre pensó que podría llegar a un acuerdo con él. Las promesas de establecer negociaciones por parte del jefe rifeño fueron constantes y siempre falsas, sólo buscaban engañar al citado coronel y al general Silvestre.

La responsabilidad del Ejército

El desastre fue aprovechado inmediatamente para ofender al Ejército. Los partidos de izquierda y republicanos no dudaron en lanzar terribles acusaciones para conseguir que el pueblo español asumiera una imagen denigrante del que consideraban sostén fundamental de la Corona, su último objetivo a destruir. Se especuló con el problema del Protectorado para provocar crisis políticas, alborotos en las Cortes y disturbios callejeros, explotando la sensibilidad popular. Pero se olvidaron de que el desprestigio del régimen traería “ipso facto” el de España. Gravísima insensatez, pues su principal problema era, en palabras de Ortega y Gasset, ser españoles”.




No hace mucho, se ha insistido en atribuir al Ejército la máxima responsabilidad (13). Sin embargo, no se podía iniciar ninguna acción, por insignificante y oportuna que fuera, que no estuviera previamente autorizada por Madrid en sus dos vertientes: primero política, autorización del ministro del estado, y después militar, aprobación del “plan de maniobra” por el ministro de la guerra. Es decir, como bien asegura Galván Jiménez, “el Ejército desarrollaba la coacción armada donde y cuando se lo requería la dirección política y desde que se implantó el protectorado en el año 12, hasta el desembarco de Alhucemas en el año 25, operó bajo la dirección del Ministro de Estado”




Por tanto, es inútil analizar las estrategias o las tácticas, pues era la situación política (es decir la labor de atracción, normalmente mediante el ofrecimiento de pensiones y promesas de ayuda) la que establecía la dirección a seguir (es decir: la cábila a ocupar; cábila a la que había que proteger con posiciones para evitar las multas, represarías y razias de las no sometidas). Que hubiera demasiadas posiciones (nada menos que 135), con disminución de la potencia de las columnas móviles, o estas no estuvieran en los lugares adecuados, según un plan de avance establecido, no era el objetivo principal de su establecimiento.



Se citan para desprestigiar al Ejército algún caso de corrupción grave que se descubrió por aquellos años en el Protectorado, pero en la zona occidental. Con frecuencia se han generalizado demasiado; de todas formas, corrupción como la descubierta en Larache, vista desde la actualidad, no parece, lamentablemente, tan importante. También se dieron numerosas prácticas poco ortodoxas o no reglamentarias que podemos calificar de corruptelas. En realidad, se realizaban para paliar la carencia de medios y el abandono en que se encontraban las unidades, así como por la necesidad de los mandos de mantener un status social por encima de lo que permitía su sueldo. 



Era significativo el excesivo número de permisos o de soldados asistentes de los oficiales y muy perjudicial el turnismo impuesto por las juntas informativas de defensa, fundadas por el malhadado coronel Márquez en el verano de 1917. Algunos aprovecharon estas facilidades en beneficio propio con evidente abuso, produciéndose un deterioro general de la disciplina y un encanallamiento de un sector de los oficiales, desde luego minoritario, aunque de nefasta influencia en los soldados. Con todo, “si nuestro Ejército padeció flaquezas, predominaron las virtudes, y si su labor no se estimó completa, culpa no fue suya, sino de quienes lo estorbaron o malbarataron sus resultados. Cuando se lo puso en condiciones hizo todo lo que se le pidió” (14) y, además, desaparecieron las corrupciones y corruptelas, formándose un ejército disciplinado, adiestrado y efectivo.

Notas:
13.- Cardona, Gabriel: El poder militar en la España Contemporánea hasta la Guerra Civil. Edita S. XXI. Madrid 1998
14.- Berenguer, Dámaso: Campañas en el Rif y Yebala 1921-1922. Edita Sucesores de R. Velasco. Madrid, 1923