sábado, 1 de noviembre de 2014

LAS RESPONSABILIDADES DEL DESASTRE DE ANNUAL (I - JULIO)

Por Juan María Silvela Miláns del Bosch


INTRODUCCIÓN: UN HUESO PARA UN PERRO



Desde la guerra Franco-Prusiana hasta la I Guerra Mundial, Europa gozó de una época de paz, apenas rota por conflictos de escasa entidad. El desarrollo de la industria pesada, el considerable aumento de la población y la pérdida de influencia en América provocó, a partir de la década de los ochenta, que las exploraciones efectuadas en África, Asia y Oceanía por las naciones europeas con más posibilidades fueran convirtiéndose en ocupaciones permanentes. Se determinaron así extensas zonas de interés que procuraron organizar en colonias. Es la época llamada del gran imperialismo. Las naciones más beneficiadas fueron Inglaterra, Francia y Rusia. Llegaron tarde al reparto Italia y Alemania.

Los conflictos, que inevitablemente se produjeron al solaparse las áreas de influencia, se fueron solventando normalmente con negociaciones, compensaciones y alianzas, pero no faltó algún choque bélico, como, por ejemplo, en el cruce de los dos ejes de interés colonial más importantes: norte-sur, inglés, y este-oeste, francés.

Cánovas, que en su juventud fijaba el límite de España en la cordillera del Atlas, una vez en el poder, se olvidó de la cuestión marroquí, preocupado por los problemas internos de la restauración. Sin embargo, era un asunto que, a partir de la Conferencia de Berlín (1885), se haría internacional e insoslayable por la falta de autoridad del Sultán (Abd el Aziz, derrocado por Muley Hafid en 1907, que posteriormente abdicaría en  su hermano Muley Yussuf en 1911). Francia, rival de Inglaterra y derrotada por ésta en Fachoda (1898), donde Marchand hubo de retirarse ante Kichener, buscó su compensación en la zona noroccidental de África. Resuelta a afianzarse en ella, intentó en 1902 interesar a España, ofreciendo Fez y Taza en el norte y Agadir en el sur. Pero Francisco Silvela, presidente del gobierno, no aceptó el pretendido tratado secreto por temor a Inglaterra. Dos años después, Francia e Inglaterra llegaron a un acuerdo (entente cordiale), lo que provocó que el nuevo ofrecimiento a España fuera mucho menos generoso. Es entonces cuando intervino Alemania e, incluso, Estados Unidos. 



Los nuevos intereses se intentaron acomodar en la Conferencia de Algeciras (1906). En ella, España dejó sola a Alemania frente a Inglaterra y Francia, cuando aquélla estaba dispuesta a ayudarnos. Como consecuencia, en cuanto se firmó el Acta de Algeciras (1909), Alemania buscaría un entendimiento con Francia, acuerdo que se logró el 4 de noviembre de 1911.  Los teutones, dejarían  a los galos las manos libres en el norte de África a cambio de determinadas concesiones en el centro del continente. Canalejas, presidente del gobierno, tuvo que apresurarse, en ese mismo año, a ocupar Larache y Alcazalquivir en respuesta a la ocupación de Fez por Francia, adelantándose a las intenciones de ésta última en unas horas. Indefectiblemente, España y Francia no tuvieron más remedio que llegar a un acuerdo, que se alcanzó el 27 de noviembre de 1912. Nuestra nación, que en cada etapa fue perdiendo posibilidades, sólo obtuvo, en última instancia, una pequeña zona de terreno al norte de Marruecos; apenas un 5% del francés (21.000 km2 y 400.000 habitantes de los 415.000 km2 y 4 millones de habitantes del total). Y gracias a Inglaterra, que no quería tener a Francia sobre el Estrecho. Era el famoso hueso para un perro al que costaría hincarle el diente para cumplir el mandato internacional de protectorado; se respetaba sólo la autoridad nominal del Sultán, que permanecería en la zona asignada a Francia, pero con un jalifa representante de aquél en la zona asignada a España. Sería nombrado el inoperante Muley el Mehdi, con residencia en Tetuán. Todo ello fue el resultado de la falta de confianza de España en sí misma (no se olvide que estaba reciente el 98 y se encontraba en plena época regeneracionista) y de un respeto supersticioso hacia las grandes potencias (1). Un país arruinado, presionado por la actitud irracional de una izquierda radicalizada, se enfrentaba a un problema que podía rebasar sus capacidades, sin ni siquiera tener un criterio unánime de cómo abordarlo.
Según el general Alonso Baquer (2), España tenía tres posibilidades, que en diversos momentos tuvieron sus partidarios y fueron propuestas:
·        Reducción del territorio ocupado a una porción mínima y costera, desde donde irradiar la labor protectora y pacificadora.
·        Abandono total del Protectorado a cambio de otras compensaciones territoriales como Gibraltar.
·        Ocupación completa; única forma de lograr la paz y realizar la protección. (La penetración podía ejecutarse con predominio de las acciones civiles y pacíficas sobre el uso de la fuerza o al contrario).




La segunda opción era claramente utópica y difícilmente se podría conseguir una compensación. De ella fueron partidarios Primo de Rivera (que incluso llegó a decir que se podía cambiar Gibraltar por Ceuta desde el Gobierno Militar de Cádiz, declaración que le costó su cese inmediato) e Indalecio Prieto como figuras más significativas. Las que más partidarios tuvieron fueron la primera (Maura y Cambó) y la tercera (Romanones y Berenguer). Al fin, se adoptó la última, pero sin llegar a una aceptación unánime, lo que provocó que su ejecución se hiciera tímidamente y con preponderancia de las políticas de atracción y aculturación sobre la ocupación militar. La consecuencia fue que los gobiernos sucesivos tuvieron casi constantemente atadas las manos aquel Ejército al que, sin embargo, reclamaban victorias (3). Se adoptó esta política, claramente, desde el gobierno Romanones del 19, con Berenguer como alto comisario y con la categoría de ministro (en función de su condición de político conocedor del país) y culminó con Burguete (según el general Alonso Baquer máximo representante del punto de vista civil en la acción de protectorado de un militar) y Luis Silvela, altos comisarios en el año 23. Este intento de penetración pacífica y cautelosa fue el gran error, el verdadero causante del fracaso junto con la escasez de medios de que dispuso el Ejército para acompañar la acción política. Era una zona inhóspita, que ni siquiera en tiempos de Roma o de gran expansión islámica, había sentido el peso de una administración (4), dividida en múltiples cábilas (tribus) enfrentadas entre sí, compuestas por un pueblo practicante de una religión simple, que predicaba la guerra santa, organizado tribalmente y todavía medio nómada.



¿Por qué España aceptó el Protectorado? ¿Pudo haber adoptado otra solución? Es injusto atribuir presión para conseguir una militarización progresiva a la oficialidad ociosa o a los mandos en su afán de gloria y recompensas (5). Sobre esta cuestión hay que tener en cuenta, antes de hacer afirmaciones apresuradas, que los jefes de más prestigio no sostuvieron los mismos criterios e, incluso, algunos llegaron a aplicar sistemas no propugnados por ellos con anterioridad. Por otra parte, las recompensas y los ascensos por méritos estaban suspendidos en aquellos años, entre otros motivos por la presión de las juntas informativas de defensa organizadas por el desafortunado coronel Benito Márquez Martínez en el verano de 1917, que impuso el “turnismo” en los servicios, fueran o no de campaña o cuartel, de efectos enormemente perniciosos. Hubo efectivamente “escalada militar” a partir de 1912, pero no por influencia de un pretorianismo pujante, sino como consecuencia de las características geográficas y la configuración política y social de la población que hacía imposible otro tipo de penetración. Tampoco es muy acertado conceder a los poderes ocultos, que formaban la oligarquía financiera o dominaban los grandes centros comerciales, una influencia decisiva en la aceptación del protectorado (según afirmaba Tuñón de Lara). Los africanistas se quejaron con frecuencia de la falta de interés de las cámaras de comercio y de las sociedades económicas por desarrollar el intercambio y la inversión en el Rif y la Yebala. 

Además, durante los años en que se decantó España por la intervención, la balanza comercial hispano-marroquí arrastraba un déficit crónico, que tuvo una cierta reanimación mientras se desarrollaba la I Guerra Mundial, pero que no justifica la formación de ningún grupo de presión de la clase mercantil (6) con capacidad para imponer su criterio. Cuando la oligarquía financiera pone tantos obstáculos en las inversiones africanas ¿Cómo vamos a dar al país la sensación de que nuestra política civilizadora en la Zona de influencia va a realizarse? Es un ejemplo de queja, clarificadora de la cuestión, procedente del diario de sesiones del Congreso durante la legislatura de 1914. Sólo la minería y los ferrocarriles atrajeron al capital español. Se extrajo fundamentalmente hierro en Uixan; por cierto, de excelente calidad, que llegó a hacer competencia al sueco, y también plomo en Afra, que se agotó rápidamente, en 1924; las dos minas en el territorio de la cábila Beni bu Ifrur. Morales Lezcano logra citar 23 empresas con intereses en Marruecos; no parece suficiente para justificar acciones decisivas de los poderes ocultos para la intervención y ni mucho menos que fueran partidarios del predominio de la acción militar, de la guerra total, sino más bien de la guerra chica,  denostada por el general Goded.



De los tres posibles argumentos para la intervención, la presión internacional, el interés comercial (o por el beneficio inversor) y la conveniencia militar, el único decisivo fue el primero. La empresa de Marruecos, si tenemos en cuenta los condicionamientos políticos internacionales y estratégicos de entonces, era insoslayable. Abandonar la zona y renunciar al Protectorado hubiera constituido una tácita declaración de impotencia para conservar Ceuta y Melilla y, después, Baleares y Canarias; además, significaba una renuncia expresa a toda posibilidad de ser y obtener algo en el concierto internacional. Francia e Inglaterra habían amenazado que si no lo hacía España lo harían ellas y el partido colonial francés nunca dejó de presionar para que España abandonara el Protectorado. La presión exterior fue casi imposible de resistir y por ello se inclinó la balanza a favor de los partidarios de la intervención total, pero civil y pacífica. Es, además, el argumento que utilizan con más frecuencia los políticos de la época y no hay razones para dudar de su sinceridad y suponer unos intereses bastardos y ocultos detrás de frases como España no puede ausentarse del Estrecho, so pena de condenarse a un aislamiento, que en los pueblos, como en los individuos, es preludio de suicidio (7) y la más romántica y propia de nuestras constantes históricas como España necesita un ideal y este debe ser Marruecos (8). Otra cosa es que no se abordara correctamente y se exigiera al Ejército cumplir unas misiones atado de pies y manos y sin los medios adecuados, que le colocaron al borde del abismo; un pequeño empujón bastó para precipitarle al vacío.

Notas:
1.- Escudero JM.: Historia Política de las dos Españas (tomo II). Edita Editora Nacional. Madrid 1975.
2.- Alonso Baquer, Miguel y otros: Fuerzas Armadas Españolas. El problema de Marruecos (Pag,s 227 a 252, cap. 22, tomo V). Edita Alambra. Madrid, 1985.
3.- Obra citada en nota 1.
4.- Obra citada en nota 2
5.- Morales Lezcano, Víctor: El Colonialismo Hispanofrancés en Marruecos 1898-1927. Edita S. XXI. Madrid 1976.
6.- Obra citada en nota 1.
7.- Informe del Ministro de la Guerra, Vizconde de Eza, después de su visita a Marruecos en el verano de 1920. Publicado como apéndice documental en Historia de las Campañas de Marruecos (Tomo 3º). Edita Servicio Histórico Militar. Madrid 1981.
8.- Obra citada en nota 2.

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