Por Juan María Silvela Miláns del Bosch
La figura de Abd-el-Krim
Antes de continuar, conviene detenerse en hacer una ligera
referencia a la figura de Abd el Krim. David S. Woolman en su obra: “Abd el-
Krim y la guerra del Rif” (Edita oikos-tau. Barcelona, 1988) realiza un
buen estudio de su figura, pero exagera cuando lo considera como el primer promotor de los movimientos liberalizadores y
emancipadores de las colonias africanas. En primer lugar, Marruecos no era una
colonia, sino un protectorado, que no es lo mismo. Woolman lo describe como un
gran reformador y líder militar. En realidad, quien dirigió su “ejército” fue
su hermano y la administración organizada por él era muy primitiva y deficiente
y no basada en una ideología moderna. Por lo menos, suprimió el sistemas de
multas, haqq; las sustituyó por una policía secreta y rigurosa con
cárceles terribles, que ejerció una cruel represión.
Un tratamiento más ponderado es el de C.R. Pennell en “Éxito
y fracaso de Abd el-Krim” (Revista Historia 16, núm.126), que señala su
incapacidad para unir las cábilas del norte de Marruecos con una
efectiva cohesión y que, por tanto, su liderazgo no fue total. Desde luego,
tuvo la oposición las hermandades religiosas, “taricas”, especialmente
una de las más poderosas, la “Darkauiya” de la cábila Beni Zarual de la zona francesa; no estaban
conformes con su reformismo musulmán, que había penetrado en Marruecos desde
Egipto.
El jefe rifeño había trabajado en Melilla en la Oficina de
Asuntos Indígenas con el coronel Riquelme desde 1908. Posteriormente, fue
nombrado kadi koda; es decir, jefe del tribunal judicial de apelación de los
indígenas. Además, era profesor de chelja, el dialecto hablado en la zona, en
la escuela de instrucción primaria para sus compatriotas. A Silvestre le daría
un sobresaliente en el curso que éste hizo, que incluso lo terminó con el
número uno. También era redactor de
árabe en el periódico “El Telegrama del Rif” y hablaba español perfectamente.
Por supuesto, conocía con detalle los problemas políticos de España y las
dificultades de nuestra democracia.
Al inicio de la I Guerra Mundial, el desafortunado capitán
de la oficina indígena de Alhucemas, Vicente Sist, le entrevistó y luego dio
parte de él por una supuesta colaboración con Alemania por lo que fue
encarcelado en Rostrogordo. Vista la causa, el juez, coronel López Sanz,
sobreseyó el proceso. A pesar de ello, siguió preso, seguramente por orden del
gobierno que no quería tener problemas con Francia. De Rostrogordo intentó escapar
descolgándose por una ventana, de la que cayó. Al fracturarse una pierna fue
detenido de nuevo; no bien curado, quedaría con una cojera perenne.
A finales de 1916 sería rehabilitado, él y su padre, que,
en Axdir, recuperaría la pensión que recibía de la Comandancia Militar de
Alhucemas; Abd el Krim volvería a la oficina de asuntos indígenas, en la que
permaneció todo el año siguiente. En 1918 se fue a Axdir, su pueblo, cuando
corrió la voz en Melilla de que Abd el Malek, el rebelde que había causado tanto
daño a los franceses durante la Gran Guerra, había sido fusilado. De nuevo en
Melilla, fue testigo de la entrega a Francia de 70 ascaris de Abd el
Malek, lo que le indujo en la primavera de 1919 a marcharse de nuevo a Axdir
con la disculpa de que se iba a casar.
Pasados cuatro o cinco meses, hizo venir a su hermano, que estudiaba
ingeniería de minas en Madrid y se alojaba en la residencia de estudiantes del
Instituto Libre de Enseñanza. Es de suponer, que, por entonces, ya tendría en
marcha su proyecto de enfrentarse decididamente a la ocupación del Rif central.
De esta forma, el gobierno de España y su ministro de estado,
por su temor a Francia, habían creado un enemigo mucho peor que el Raisuni, que
a fin y al cabo no era más que un “señor de la guerra”, aunque culto y poeta,
pero muy cruel, del siglo XIX.
Por otra parte, Abd el Krim jamás dejaría entrar en su
cábila. No podría permitir que se descubriera la estafa de las denuncias por
minas de oro y plata inexistentes. Había facilitado e impulsado la
formalización de estas denuncias ante el tribunal arbitral de París, por las
que cobró las correspondientes comisiones, dinero que le permitiría hacerse con
la jefatura de su cábila y la formación de su ejército. Lo detallaremos más
adelante, en el apartado de las “responsabilidades de los inversores”.
A partir de 1920, comenzó su huida hacia delante y a
promocionar su República del Rif; más tarde, cuando atacó a los franceses en su
zona, operación, que en realidad, no quería llevar a cabo, pero a la que fue
empujado por su hermano y sus jefes, incluso llegó a reclamar el sultanato de
Marruecos.
El bien intencionado
coronel Morales, jefe de la oficina indígena de Melilla, que era amigo suyo,
nunca llegó a comprender la evolución del personaje y siempre pensó que podría
llegar a un acuerdo con él. Las promesas de establecer negociaciones por parte
del jefe rifeño fueron constantes y siempre falsas, sólo buscaban engañar al
citado coronel y al general Silvestre.
La responsabilidad del Ejército
El desastre
fue aprovechado inmediatamente para ofender al Ejército. Los partidos de
izquierda y republicanos no dudaron en lanzar terribles acusaciones para
conseguir que el pueblo español asumiera una imagen denigrante del que
consideraban sostén fundamental de la Corona, su último objetivo a destruir. Se
especuló con el problema del Protectorado para provocar crisis políticas,
alborotos en las Cortes y disturbios callejeros, explotando la sensibilidad
popular. Pero se olvidaron de que el desprestigio del régimen traería “ipso
facto” el de España. Gravísima insensatez, pues su principal problema era, en
palabras de Ortega y Gasset, “ser
españoles”.
No hace mucho, se
ha insistido en atribuir al Ejército la máxima responsabilidad (13). Sin
embargo, no se podía iniciar ninguna acción, por insignificante y oportuna que
fuera, que no estuviera previamente autorizada por Madrid en sus dos
vertientes: primero política, autorización del ministro del estado, y después
militar, aprobación del “plan de maniobra” por el ministro de la guerra. Es
decir, como bien asegura Galván Jiménez, “el Ejército desarrollaba la coacción armada donde y cuando se lo
requería la dirección política y desde que se implantó el protectorado en el
año 12, hasta el desembarco de Alhucemas en el año 25, operó bajo la dirección
del Ministro de Estado”.
Por tanto, es
inútil analizar las estrategias o las tácticas, pues era la situación política
(es decir la labor de atracción, normalmente mediante el ofrecimiento de
pensiones y promesas de ayuda) la que establecía la dirección a seguir (es
decir: la cábila a ocupar; cábila a la que había que proteger con posiciones
para evitar las multas, represarías y razias de las no sometidas). Que hubiera
demasiadas posiciones (nada menos que 135), con disminución de la potencia de
las columnas móviles, o estas no estuvieran en los lugares adecuados, según un
plan de avance establecido, no era el objetivo principal de su establecimiento.
Se citan para
desprestigiar al Ejército algún caso de corrupción grave que se descubrió por
aquellos años en el Protectorado, pero en la zona occidental. Con frecuencia se
han generalizado demasiado; de todas formas, corrupción como la descubierta en
Larache, vista desde la actualidad, no parece, lamentablemente, tan importante.
También se dieron numerosas prácticas poco ortodoxas o no reglamentarias que
podemos calificar de corruptelas. En realidad, se realizaban para paliar la
carencia de medios y el abandono en que se encontraban las unidades, así como
por la necesidad de los mandos de mantener un status social por encima de lo
que permitía su sueldo.
Era significativo el excesivo número de permisos o de
soldados asistentes de los oficiales y muy perjudicial el turnismo
impuesto por las juntas informativas de defensa, fundadas por el
malhadado coronel Márquez en el verano de 1917. Algunos aprovecharon estas
facilidades en beneficio propio con evidente abuso, produciéndose un deterioro
general de la disciplina y un encanallamiento de un sector de los oficiales,
desde luego minoritario, aunque de nefasta influencia en los soldados. Con
todo, “si nuestro Ejército padeció flaquezas, predominaron las virtudes, y si
su labor no se estimó completa, culpa no fue suya, sino de quienes lo
estorbaron o malbarataron sus resultados. Cuando se lo puso en condiciones hizo
todo lo que se le pidió” (14) y, además, desaparecieron las corrupciones y
corruptelas, formándose un ejército disciplinado, adiestrado y efectivo.
Notas:
13.- Cardona, Gabriel: El
poder militar en la España Contemporánea hasta la Guerra Civil. Edita S.
XXI. Madrid 1998
14.- Berenguer, Dámaso: Campañas en el Rif y Yebala 1921-1922. Edita Sucesores de R.
Velasco. Madrid, 1923
El poder político entregó el gobierno del Protectorado al ejército a falta de una administración colonial civil (como tenían F y GB). El que el gobierno autorizara o conociera las operaciones militares de 1920 y 1921 en Marruecos y que por tanto fuera corresponsable de la derrota del verano de 1921, no exime al mando militar de los graves errores de estrategia que puso de manifiesto el informe Picasso en la comandancia de Melilla. Si eran conscientes de la falta de medios ¿por qué realizaron los avances en 1921 que condujeron al desastre?¿Entendió el ejército lo que significaba el tratado firmado con F en noviembre de 1912? ¿No fue el ejército una de las instituciones que se opuso a la administración civil en nuestra zona, junto con Alfonso XIII, bloqueando los nombramientos de altos comisarios civiles imponiendo los de Berenguer y Silvestre?¿No hubo un sector del ejército colonial que se negó a la llamada administración indirecta mediante pactos con los notables marroquíes por considerarlo una humillación para el estatus de superioridad del europeo?
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