sábado, 28 de marzo de 2015

V-LAS RESPONSABILIDADES COLECTIVAS DEL DESASTRE DE ANNUAL



Por Juan María Silvela Milans del Bosch



LAS RESPONSABILIDADES DE LOS POLÍTICOS





El proyecto de ocupación total, con preponderancia de acciones civiles y pacíficas, de la zona de Marruecos asignada a España en el tratado con Francia de 1912, había sido decisión del partido liberal cuando gobernaba. Si el procedimiento elegido no era el más adecuado a las características sociológicas y al escaso desarrollo social y político de los rifeños y yebalíes, es a los promotores del método a quienes se le debe achacar la primera responsabilidad. Al menos, podían haber proporcionado al Ejército, encargado de ejecutar la ocupación, los medios necesarios.
El gobierno del partido conservador, que mantuvo el mismo sistema, pudo hacerlo, pues tuvo una buena oferta para comprar varios stocks de los aliados sobrantes de la Gran Guerra (15). En el material ofrecido figuraban morteros, arma que hubiera sido muy efectiva. Pero faltaba la estabilidad gubernamental imprescindible que pudiera abordar, como mínimo, un programa de adquisiciones de armamento, material y vestuario adecuado para el territorio, si no era posible llevar a cabo la modernización total del Ejército. 

En 23 años se habían sucedido 32 gobiernos y desde 1917 hasta septiembre de 1923 nada menos que 15 ministros de la guerra. En el año de su nombramiento como alto comisario y desde el 2 de febrero hasta el 15 de diciembre, el general Berenguer tuvo que rendir cuentas a cuatro ministros de la guerra distintos (generales Muñoz Cobos, Santiago, Tovar  y Villalba). Al iniciarse las operaciones de ocupación, una vez deshecho el status quo que se estableció durante los años de la Gran Guerra para evitar problemas a Francia, se mantuvo las mismas plantillas de personal y medios, a pesar de que se ampliaría la zona de terreno pacificado al doble en ambas zonas del Protectorado durante los tres años siguientes.





Aunque España no era precisamente un modelo de democracia, hay que suponer que los partidos liberal y conservador contaban con el suficiente apoyo popular; no es justificable que no pudieran explicar y convencer a sus simpatizantes y votantes de la conveniencia de nuestra presencia en Marruecos y no tuvieran la capacidad de tomar las medidas necesarias para atender las peticiones del Ejército. Desde luego no eran exageradas, pues el general Jordana (alto comisario), justo antes de morir en su despacho el 10 de noviembre de 1918, informaba al ministro de la situación y se mostraba conforme con los medios; sólo pedía: “los actuales o muy pocos más, pues en lo que a fuerzas se refiere, me bastaría con las asignadas en las plantillas de rigor, pero a condición de que se cubrieran constantemente las bajas de hombres y ganados”. A pesar de sus reiteradas reclamaciones, no lo había conseguido y en aquellas fechas faltaban más de 5.000 hombres y 1.600 cabezas de ganado.

En l921 las necesidades eran mayores y la penuria, por tanto, más acusada. Sin embargo, el ministro de la guerra, vizconde de Eza, en la memoria que realizó como consecuencia de su visita al Protectorado en verano de 1920, encontró “muy satisfactoria y de perfecta disciplina y organización el estado del Ejército”. Que los soldados calzaran alpargatas, los fusiles (la mayoría procedentes de la guerra de Cuba) estuvieran descalibrados, las ametralladoras no funcionaran, los piezas de artillería de montaña estuvieran desgastadas, que se pagaran los transportes a los moros con cuatro meses de retraso, que no se diera dinero para construir carreteras con mano de obra indígena (siempre suponía un fusil menos para la harca) y el material de campamento fuera pésimo y escaso (carencia de hospitales de campaña, cubas y depósitos de agua y de material de transporte imprescindible, sin medios sanitarios modernos…) no era importante; sólo le faltaba decir que lo importante era que la moral estuviera muy alta, frase que tantas veces hemos oído los militares ante nuestras protestas de falta de medios. Incluso afirmaba que “por fin se ha dado con la orientación apetecible” (16)



La amarga queja de Jordana sobre los condicionamientos políticos que se le imponían condenándole a la inacción ya se había olvidado; llegaba a pedir, con respecto al Raisuni, “si puedo gritarle cuando grite, llamarle la atención cuando mienta y no llegar en los procedimientos de templanza más allá de lo que decorosamente debe llegarse”. 

Desmintiendo al ministro de la guerra, Berenguer le informaba por carta el 4 de febrero del año siguiente (1921): “esta es la triste realidad, la que todo el mundo palpa, la que no puede pasar inadvertida a quien vea de cerca este Ejército. Es el resultado de varios años de no atenderlo en sus necesidades; no es el resultado de la imprevisión, lo es de la falta de recursos”. A continuación, escribía: “Sin embargo, hemos actuado como si todo estuviera en condiciones, hemos cerrado los ojos ante las realidades para llevar la misión que se nos ha encomendado”. Son palabras que parecen escritas después del desastre y todavía faltaban seis meses para producirse. No cabe duda de que acertó con la clave del problema. Este afán por cumplir la misión, a pesar de no contar con los medios adecuados, es una consecuencia de la formación recibida por los mandos en las academias. Las autoridades, que tienen la responsabilidad de decidir las misiones y los medios que deben asignar a las fuerzas puestas a su disposición, lo han tener en cuenta, si no quieren hacerlas fracasar. De esta situación fueron víctimas, más que otra cosa, Navarro, Silvestre, Berenguer y el Ejército de la Comandancia General de Melilla. El general Burguete así lo expuso ante la comisión del senado el 26 de julio de 1924: “Lo que se derrumbó fue un sistema, sólo un deplorable sistema”, que impuso el gobierno del partido liberal y mantuvo el partido conservador en los suyos. Cuando se decidió la ocupación total por procedimientos bélicos y con medios suficientes, se tardó, a partir del desembarco de Alhucemas, sólo 22 meses en pacificar el Protectorado, paz que no volvió a romperse y duró hasta la independencia de Marruecos; era lo que no se había conseguido durante 16 largos años y había costado tanta sangre y dinero. 

Por todo ello, los sucesivos gobiernos, con sus presidentes a la cabeza, y especialmente los ministros de estado y de guerra del último, fueron los máximos responsables del desastre. Además, el vizconde de Eza estaba empeñado  en llevar a cabo el proyecto de reducción del servicio militar a dos años (de todas formas hay que reconocer que Francia la había reducido a 18 meses e Italia a 8) y había advertido públicamente en Madrid que no enviaría ni un solo hombre más a Marruecos. Políticamente, podía entenderse estas decisiones, pero compensándolas con la organización de unidades integradas por profesionales (un desarrollo más rápido de La Legión y más grupos de regulares). Pero no quiso comprometerse a llevarlo a cabo. A pesar de ello, siguió aprobando todas las acciones militares que le presentaron, como consecuencia de las líneas políticas de ocupación establecidas por el ministro del estado a través del alto comisario. 



Su última decisión con respecto a Melilla no pudo ser más desafortunada: ordenó a las fuerzas enviadas a la zona, después del desastre, dejar en la Península a los soldados del tercer año en filas, los únicos instruidos; esta fue una de las causas principales de que las unidades no estuvieran en condiciones para combatir en campo abierto, lo que trajo el abandono a su suerte de los defensores de Zeluán y Monte Arruit, casi 3.000 hombres, a una jornada y dos jornadas respectivamente de la Comandancia Militar. Uno siente verdadera vergüenza cuando comprueba que los de Monte Arruit se defendieron durante 12 días en condiciones extremas y nadie acudió a rescatarlos.

LAS RESPONSABILIDADES DE LOS INVERSORES

Aunque hayamos dicho que el interés comercial de los poderes ocultos, formados por la oligarquía financiera o por los dominadores de los grandes centros comerciales, no tuvo una influencia decisiva en la aceptación del Protectorado, si que fue causa por otros motivos de la gestación del desastre. Según la información proporcionada por Galbán Jiménez en su exhaustivo libro España en África (Imptª Servicio Geográfico del Ejército. Madrid, 1965.), la compañía holandesa de prospección de minas W.H. Muller & Co. entregó a Abd el Krim “varios millones de pesetas”  por medio de Alberto Suarez de Lorenzana. Con estas comisiones se había conseguido que prosperaran nada menos que 99 denuncias de minas ante el tribunal arbitral de París; la información la obtuvo de Mariano Egea, componente de la Junta de Obras del Puerto de Melilla. 

El jefe rifeño había descubierto este sistema de financiación de sus intenciones estando en la citada ciudad, cuando supo que la Compañía Española de Minas del Rif, para poder explotar las minas de la cábila de Beni bu Ifrur, le había cedido nada menos que el 20% de la sociedad  a “Bu Hamara”, El Rogui (el señor de Zeluán, cuyo nombre concreto era Yilali Ben Abd es Salem. Aventurero que disputó a Abdelaziz el sultanato desde abril de 1904 hasta setiembre de 1908); también comprobó que se daban generosas comisiones para facilitar la presentación de las denuncias de las posibles explotaciones mineras. 



En 1921, las denuncias en terrenos de Beni Urriaguel pasaban en extensión de las 1.000 Ha,s. Se había extendido el rumor de que en el Monte de las Palomas (Yebel Hama) había oro y plata en abundancia. Abd el Krim, si acaso no fuera su principal inductor y propagador, bien se aprovecharía de ello, sacando dinero y presionando para que se hicieran más denuncias. Consta, según Galván Jiménez en el libro ya citado, que Horacio Echevarrieta, representante de Setolazar (compañía bilbaína formada por Francisco Setuaín San Emeterio, Felix Ortiz de Lejarazu y Juan Olavarrieta Equilior), se entrevistó en secreto con él  en la playa de la desembocadura del Nekor, terreno perteneciente a la fracción de Trugut de la cábila de Tensaman. Allí le daría la correspondiente comisión. Hay que decir, en su descargo, que no podía saber el uso que haría del mismo el jefe rifeño y, también, que fue el que negoció la liberación de los prisioneros españoles a cambio de 4.000.000 pesetas. Otras compañías españolas hicieron lo mismo, como la Compañía Española de Minas del Rif, incluso una inglesa. Otros personajes públicos implicados en estos asuntos fueron Portela Valladares, el conde de Romanones, el conde de Güel, el duque de Tovar…Con el dinero obtenido, Abd el Krim conseguiría la jefatura de su cábila, cosa nada fácil para un beniurriaguel de la costa, y la formación de una harca con disciplina y articulación que no tenía nada que envidiar a una verdadera gran unidad militar. 



Así comenzó a gestarse la organización de la efímera República del Rif y, como consecuencia, el Desastre de Annual. El 31 de mayo de 1931, por confidencias de Hamed Ben Said, se hizo advertencia de la peligrosa situación desde el peñón de Vélez de la Gomera. Pero la Oficina de Asuntos Indígenas de Alhucemas informó a la Comandancia General de Melilla que, si bien era cierto lo del dinero, lo de la organización de una verdadera unidad militar era pura fantasía. El coronel Civantos Buenaño, Comandante Militar de Alhucemas y sus colaboradores de la oficina de Asuntos Indígenas no estuvieron nada afortunados. Desde noviembre de 1920, Silvestre había prohibido hacer exploraciones, pero los contactos, excursiones y acuerdos ya estaban hechos.

Notas:
15.-Pando, Juan: Historia secreta de Annual. Edita Temas de Hoy. Madrid, 1999                                                                                
16.- Apéndice documental en Historia de las Campañas de Marruecos (Tomo III) Edita SHM. Madrid, 1981.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario